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Carta de Fr. Jesús Sanz Montes, Arzobispo de Oviedo con motivo del Día de la Iglesia Diocesana

Recuerdo algunos lemas de mi niñez con los que una determinada propaganda gubernamental quería animar a los ciudadanos a la práctica de los deportes, buscando con ello una vida más sana y saludable. Entonces rezaba aquello del “contamos contigo”, como si una vez que nos pusiésemos las zapatillas deportivas, nos subiésemos a una bicicleta o echásemos a la espalda una mochila montañera, ya podríamos ser seleccionados para alguna competición internacional representando a España.

No obstante, tuvo su incidencia aquella campaña, y quien más o quien menos fue absorbiendo la idea de que la vida sana y saludable que nos proporciona la actividad deportiva es un valor superior frente a una vida sedentaria que sólo aspira a la vulgar comodidad. Y ahí estamos todavía, contando con nosotros mismos deportivamente, según pasan los años.

Me viene esto a colación de otro lema, que no viene de ningún ministerio gubernamental, sino de lo que se nos propone para volver a caer en la cuenta del significado que tiene la comunidad cristiana, con motivo del Día de la Iglesia diocesana que cada año celebramos en este otoño ya curtido. “Sin ti, no hay presente. Contigo, hay futuro”: este es el lema que nos proponen este año. Es un modo bello de expresar lo que Jesús nos dejó como legado: que el amor a Dios y al prójimo, siendo diferentes son sencillamente inseparables.

Si nos falta el tú de Dios en nuestro horizonte amoroso, y de modo consiguiente, si nos falta el tú de los hermanos, la vida se queda vacía, una vida a medias tintas, porque hemos pretendido llenar el presente con ausencias que nos dejarán incompletos. Por eso, “sin ti, no hay presente”. Por el contrario, cuando Dios y lo que Dios ama están en nuestro vivir cotidiano, no sólo el momento actual se llena de sentido y belleza, sino que podemos otear con esperanza ese futuro todavía no escrito: “contigo, hay futuro”.

A veces la historia torpemente ocurrida o la historia tendenciosamente inventada, se han esforzado en separar lo que en Dios está infinitamente unido: Él y el amor. ¡Cuántas falsas presentaciones de Dios por querer contarle sin amor! ¡Cuántas caducas comprensiones del amor al querer vivirlo sin Dios! ¡Cuántos momentos terribles en nuestra historia humana por querer omitir de nuestro cotidiano vivir a Dios y al amor, o por intentar enfrentarlos como si fueran rivales!

Por eso la comunidad cristiana que formamos la Iglesia diocesana, pone su empeño en buscar la gloria de Dios cuidando la alabanza y la liturgia con la belleza que sólo a Él pertenece. Pero al mismo tiempo, se empeña en el cuidado de cuanto hace digna y justa, libre y bondadosa la vida de los hermanos, que como sus hijos que son, ellos son los que Dios más quiere. Y ahí aparece todo lo que en la Iglesia cuenta: desde el mantenimiento de nuestro ingente patrimonio cultural en iglesias, ermitas y locales, a la atención pastoral en todos sus frentes, y el cuidado amoroso de las personas, de modo especial las más vulnerables. Es el presente que hay, cuando Dios y los hermanos están; es el futuro que vendrá, cuando Dios y los hermanos no están ausentes.

El día de la Iglesia diocesana es un recordatorio vivo, de la vida que más nos importa: la de Dios y la de quienes Él ama y ha hermanado a la nuestra. Bendito pretexto para ayudarnos unos a otros en ese amor al Señor y a quienes Dios ha puesto a nuestro lado. De este modo seguimos construyendo su Iglesia desde hace ya dos mil años, con los presentes y los futuros de una presencia querida por estos dos amores que la llenan.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Basílica de Gijón